ANUNCIO DE CUARESMA 2017
Con la celebración del Miércoles de Ceniza, una nueva
Cuaresma comenzamos. Tiempo de gracia, de conversión y de misericordia, por
parte del Padre bueno que constantemente invita a sus hijos al banquete de la
Pascua. Pues, Cuaresma es un caminar con alegría y jubilo hacia Pascua, la
resurrección de Cristo y nuestra propia resurrección.
Pero, ¿Cómo conducirse por este camino que durante
cuarenta días nos lleva a la Pascua? Y, ¿Qué provisiones tomar para llegar a
resucitar con Cristo y vivir en plenitud la vivencia pascual?
Debemos conducirnos con dignidad, esa dignidad que nos
viene de ser lo que somos: hijos e hijas de Dios, amados del Padre desde toda
la eternidad, salvados en su Hijo Jesucristo. Desde esta convicción y certeza
caminaremos con gozo y los obstáculos y dificultades del camino podrán ser
superados; porque no caminos solos, sino con Aquel que es nuestro Camino:
Jesús. En él pongo toda mi esperanza, él es mi fortaleza, mi energía y
dinamismo que me lleva a caminar con paso firme y ligero a su lado; siempre
mirando hacia adelante, sin volver la vista atrás, apoyando mis pasos sobre sus
pasos.
¿Qué provisiones poner en mi mochila para este camino
de cuarenta días?
La primera condición es que mi
mochila tiene que estar muy ligera de peso para que no sea un obstáculo al
caminar. Entonces mi primera disposición es la sobriedad.
De qué sobriedad se trata:
sobriedad en tus deseos, pensamientos, sueños y fantasías. La sobriedad te
lleva a revenir a tu propia realidad concreta, y esto pasa por la conversión. ¡Déjate
convertir! Evangelizar las zonas más profundas de tu corazón; es decir, deja
que la gracia de la cuaresma entre en ti y te reconstruya desde el interior.
Seguro que, si logras hacer esta experiencia, tu caminar será más ligero y
rápido, tu alegría mayor y tu esperanza infinita.
Desde este conocimiento, amor
e identificación con Jesús; las cuatro características propias de cuaresma
serán una necesidad: el desierto, la oración, el ayuno y la limosna; en nuestro
lenguaje actual, el compartir, el ayudar a nuestros hermanos necesitados,
manifestada de mil maneras…. La privación en sentido de compartir, tienen un
sentido mucho más evangélico que la privación únicamente como ascesis, incluso
como ahorro. Pon en un sobre tus ahorros y comparte… Tu corazón se llenará de alegría,
y la alegría aventaja la ascesis.
Desierto: Vivir el desierto no como una ascesis sin alma, sino
como una necesidad para estar asolas con Aquel que se me ama y quiere entablar
una relación de amor conmigo: “La llevaré
al desierto y le hablaré al corazón” (Oseas 2,4). Retirarse al desierto como
necesidad de escucha amorosa y de estar a solas con Dios. Descubrir la mística
del desierto, no quedarse solamente en la austeridad que implica el desierto, ésta
es real, pero la mística es superior.
Oración: La oración es el fruto del
desierto, “acostumbrarse a soledad es gran cosa para la oración” dirá Teresa de
Jesús. El desierto nos conduce a la escucha, la escucha al amor y el fruto del
amor es la oración que transforma y une con el ser Amado. La oración que le
agrada al Señor, es la oración de un corazón sosegado, acallado, unificado;
abierto a acoger su Presencia y a vivir en su intimidad. No todos podemos
retirarnos al desierto como lugar geográfico para orar; pero si podemos
retirarnos, y debemos retirarnos, al desierto de nuestro propio interior. Pues
el desierto no es la ausencia de las personas, sino la presencia de Dios. Y
orar es vivir en su presencia.
Ayuno: El ayuno es esencial en el seguimiento de Jesús,
y también para vivir una relación, justa y armoniosa entre mi yo y las cosas. No
dejándome poseer por ellas ni tampoco quererlas poseer. La justa
relación con las cosas, y los alimentos, consiste en reconocer con gratitud su
valor, su necesidad, y como dice san Ignacio de Loyola. “Las cosas se usan tanto en
cuanto me ayudan al fin perseguido”. El saber privarse, sentir la necesidad y
hasta el hambre material, nos lleva a la libertad y a valorar las cosas que Dios
ha creado para nuestra necesidades; y a pensar en tantos hermanos nuestros como
carecen de lo más esencial, en parte por el mal uso que hacemos de los recursos
de la naturaleza; del acaparamiento y la posesión desmesurada. Ahí tendría que
ir orientado nuestro ayuno.
Y siendo muy importante esta orientación del ayuno
material, él debe de conducirnos mucho más lejos, a ese otro ayuno del yo
que es el que realmente nos quita la libertad, nos esclaviza y nos impide ver
al hermano con amor, como don. Como le pasó al rico de la parábola de Lázaro
(Lc 16, 19-31). Su pecado no está en que fuese rico, sino en que ignoró a su
hermano en necesidad. Vivía al margen de Dios, y como consecuencia no reconoció
a su hermano. El papa Francisco en su mensaje de Cuaresma dice: “toda persona
es un don”. El ayuno de mi yo me lleva a reconocer el tú de mi hermano, y
juntos caminar hacia la Pascua.
Compartir: el compartir nos lleva al despojo, a la
generosidad, a la pobreza evangélica; y, sobre todo, a tener en cuenta al
hermano más necesitado. Quien sabe compartir nunca se empobrece, antes bien, se
enriquece infinitamente. La sagrada Escritura nos lo certifica; pero también la
vida misma. “El que
siembra escasamente, escasamente cosechará; y el que siembra abundantemente,
abundantemente cosechará. Cada uno dé según el dictamen de su corazón,
no de mala gana ni forzado, porque Dios ama al que da con alegría” (2 Cor
9,6-7).
Quiero
terminar con las palabras del papa Francisco en su mensaje de Cuaresmas: “El cristiano
está llamado a volver a Dios «de todo
corazón» (Jl 2,12), a no
contentarse con una vida mediocre, sino a crecer en la amistad con el Señor”. Y
si crezco en la amistad con el Señor, creceré también en el amor a mi
hermano, y unidos celebraremos la Pascua, la plenitud de la vida cristiana.
Sor Carmen Herrero