IV. Domingo de Pascua. Domingo del Buen Pastor 11/05/2014
En este
cuarto domingo de Pascua, domingo del Buen Pastor, celebramos la Jornada
Mundial de Oración por las Vocaciones. Es un día para tomar conciencia de la
riqueza que supone para la Iglesia y la sociedad, los distintos carismas que,
en todo tiempo, Dios suscita. Por ello lo primero que tenemos que hacer es
agradecer a Dios, por tantos hombres y mujeres como consagran su vida a Dios, al
servicio humano y al crecimiento en la fe de los hermanos. Orar por las
vocaciones implica orar por la perseverancia de las personas que ya han hecho
una elección de vida para que perseveren y, a su vez, sean testigo y atracción
para que otros jóvenes respondan a la llamada. Pues los jóvenes necesitan
modelos, y si los consagrados/as no son hombres y mujeres convencidos, viviendo
su vocación con generosidad y alegría, dedicados a Dios y a los hermanos, no
habrá nuevas vocaciones. De aquí la necesidad de la oración de la comunidad cristiana
para que los sacerdotes, religiosos y religiosas atraigan a los jóvenes a optar
por el seguimiento de Cristo.
Otro
punto importante, es la educación en la fe en el seno de las familias. Todos
sabemos la crisis que la familia está viviendo debido a diversas causas:
familias desestructuradas, desunidas, divorciadas, con lo que esto implica,
sobre todo, para los hijos. Condiciones de trabajo que no favorecen una vida de
familia sana y practicante en la fe; problemas económicos, y por último la
disminución de la natalidad. Nuestro país, es uno de los países de Europa de
más baja natalidad. Pero, en medio de este panorama, -que tiene sus consecuencias-
creo que la causa más importante y, tal vez, la raíz de la falta de vocaciones
es que la mayoría de los hombres y mujeres viven, de espaldas a Dios. A Dios lo
hemos sacado de nuestra vida, de nuestras familias y de la sociedad. Entonces,
¿cómo pueden surgir vocaciones religiosas y sacerdotales? De aquí la toma de
conciencia, en las familias cristianas, de educar a los hijos en la fe y de
estar abiertas a recibir el don de la vocación para sus hijos. Porque la
vocación es un don por parte de Dios, una gracia, no solamente para la persona
elegida, sino para toda la familia, la Iglesia y la humanidad.
Los
catequistas también tienen la misión de hablar a los niños de las diferentes
vocaciones que hay dentro de la iglesia y, sobre todo, de infundirles en ese
trato amoroso con Jesús, a través de la oración; porque las vocaciones nacen de
ese “enamoramiento” de Jesús. Cuando
dejamos que Cristo entre y reine en nuestra vida, todo cambia. Ahora bien, si
los catequistas no tienen esa vida de oración e intimidad con el Señor, mal
podrán comunicarla, pues como dice el refrán: “nadie puede dar lo que no
tiene”. Por esto es muy importante que los catequistas sean hombres y mujeres
de fe y de vida interior. Porque no basta transmitir a los niños la doctrina, que
es muy necesario, pero, ante todo, han de transmitirles la vivencia; porque es
esta vivencia la que más marcará interiormente a los niños.
Los
textos de la liturgia de hoy son muy sugerentes para este día de oración por
las vocaciones. Ese salmo tan bonito: “El
Señor es mi Pastor” (Sal 22), que todos deberíamos saberlo de memoria y
orarlo con frecuencia, unido al evangelio de Juan con esa parábola tan
entrañable y sugerente del buen pastor. Cristo es el Buen Pastor y nuestra
Puerta para entrar en el redil, en su intimidad; en ese cielo que nos espera y
que de alguna manera ya lo vivimos aquí en la tierra, cuando vivimos la fe y la
intimidad con el Señor.
Los
cristianos necesitamos vivir una experiencia viva con Jesús. No basta con ser
cristianos “domingueros”, con cumplir con el mandato dominical, con unos ritos
y unas normas. No, ser cristiano es ser discípulos de Cristo, él tiene que ser
el centro de nuestra vida. Y desde él y con El darle un sentido nuevo a nuestro
ser y hacer. Hemos de dar el salto
entre una fe rutinaria, cerebral y cultural, a una fe viva y vivencial. Vivir
en intimidad con Jesús, dentro de nosotros mismos, es la gracia más grande que
podemos vivir ya aquí en la tierra. Seamos, pues, hombres y mujeres de oración,
porque es la oración la que nos hace tener esa intimidad amorosa con Jesús y
ser sus testigos
JESÚS ES LA PUERTA. Puerta abierta
que se expresa de una manera extraordinaria en la cruz. Su costado abierto por
una lanza para acoger a toda la humanidad y presentársela al Padre. En la cruz
Cristo nos expresó el amor más intenso, sublime y extremo que nadie puede
darnos. Todos sabemos lo que significa una puerta cerrada o abierta. Jesús es
la Puerta siempre abierta, para acogernos e invitarnos a vivir en su intimidad.
Descubrir desde la fe y el amor que Jesús es la Puerta que nos conduce a la
casa materna y paterna, al seno de la Trinidad, de dónde venimos a dónde vamos.
Jesús es la puerta de la nueva Jerusalén, del Cielo que nos espera. La puerta de
la misericordia, de la bondad y del perdón. Confiemos en El y pasemos sin miedo
por esta puerta maravillosa y adentrémonos en los secretos del corazón de
Cristo. Porque Cristo, no solamente es la puerta, sino también el banquete: Él se
nos da por entero en la eucaristía.
Sabemos que aunque la puerta esté
abierta se necesita un mínimo de esfuerzo personal para pasar el umbral. Ahí
está el problema. Porque son muchas las personas que no quieren pasar por esa
puerta que es la que nos da acceso “al redil”, a ser y vivir como verdaderos
hijos de Dios. “Porque nadie puede ir al
Padre si no es por Jesucristo” (Jn 14, 6). Entrar en el “redil” de Cristo,
en su Iglesia, significa tomarse en serio el evangelio y llevarlo a la vida. Y
como decíamos antes, no basta con ir a misa los domingos; porque ser cristiano
conlleva un compromiso radical, cada uno según su propia vocación. Antes hemos
hablado de las vocaciones sacerdotales y religiosas; pero no olviden que los
laicos tienen un puesto muy importante en la comunidad cristiana, y también son
“vocacionados” a vivir el evangelio y llevarlo allí donde los sacerdotes y
religiosos/as no podemos llegar: empezando por la familia, en el mundo laboral,
cultural, político y todas las realidades temporales que han de ser
evangelizas, cristianizadas especialmente por los laicos. Sacerdotes,
religiosos y laicos hemos de trabajar juntos y unidos por la construcción de un
“Redil”, de una Iglesia donde la puerta es Cristo, donde no permitamos que
reinen los lobos feroces que devoren el rebaño; sino que cada uno pueda
encontrarse a gusto, formando parte de la comunidad fraterna y eclesial: la
comunidad parroquial, y a la comunidad de la Iglesia universal.
Quiera el Espíritu Santo ayudarnos a
todos a profundizar cada vez más en el conocimiento del Buen Pastor y seguirle,
cada uno desde nuestra propia vocación, con fidelidad y
entusiasmo.
Hna Carmen Herrero Martínez