domingo, 30 de noviembre de 2014

ANUNCIO DE ADVIENTO

ANUNCIO  DE  ADVIENTO 2014

Os anuncio una buena noticia: el Adviento va a comenzar.
Alzad la vista, restregaos los ojos, despertad, otead el horizonte, porque Dios viene.Daos cuenta del momento. Avivad el oído para escuchar los susurros, los gritos, el anuncio de la Vida que va nacer.En el seno de María, crece el germen de un mundo nuevo: el Hijo del Dios encarnado, el Emmanuel, el Dios-con nosotros.Con el Adviento, amanece la esperanza en el horizonte, en el corazón de todo creyente; porque de los cielos llueve el rocío de la justicia, de la paz y del amor: Dios se ha encarnado en una doncella, hija de Israel, a la que todas las generaciones llamarán “Bienaventurada” porque ha creído en el anuncio del ángel.
Al fondo, se percibe ya la Navidad: una Navidad gozosa, íntima, fraterna, serenada, pacífica y solidaria.
Para algunos también será una Navidad superficial, triste, desgarrada, incluso violenta, pero siempre “esposada”, unida a la esperanza. La esperanza, esa “niña” que habita en lo más profundo del ser humano, es la que nos mantiene firmes ante la espera de que un mundo mejor es posible.El Adviento, es llama de esperanza, llama ardiente que atraviesa el espesor de los tiempos y de las tinieblas. Llama que alumbra el camino del peregrino vacilante, perdido en la encrucijada de los caminos y del tiempo.Adviento, un camino solidario que da la mano al extraviado y al cansado; abraza al solitario y abandonado; consuela al triste, visita al enfermo, al extranjero y al encarcelado; da pan al hambriento y agua al sediento.Adviento se “esposa”, se une con la Humanidad sedienta de verdad, de justicia, de paz y fraternidad.Adviento, contenido de gozosa y Buena Nueva: ¡María está en cinta! una gestación de ternura y esperanza le acompaña. ¡Dios visita a su pueblo! Dios se hace uno de nosotros, para hacernos semejantes a Él. Estad alegres, os lo suplico, estad alegres, el Señor viene y planta su tienda entre nosotros dándonos el poder de ser hijos de Dios.
Isaías grita lleno de esperanza: “Caminemos a la luz del Señor. Preparad los caminos del Señor, para que todo el mundo contemple la salvación de Dios” (Is. 40, 3).Con la esperanza de todos los pobres de Yahvé y los pobres de todos los tiempos, pronuncia María su Fiat: “Hágase en mí según tu palabra” Lc 1,38). Y el Verbo se encarnó y habitó entre nosotros, colmando todo anhelo de libertad y salvación.Alegraos, saltad de júbilo, poneos vuestro traje de fiesta, perfumaos con perfumes exquisitos de buenas obras, para recibir a vuestro Dios que viene.
Avivad la alegría, el júbilo y la fiesta. ¡Preparad el camino! Ya llega nuestro Salvador, nuestro Dios. “Él está a la puerta y llama, si le abres, él se sentará a la mesa y cenara contigo”          (Ap. 3,20).¡Ora, contempla, acoger la Vida! Y con ella, celebra la Navidad, la fraternidad solidaría.


ENTONCES,  SERÁ  NAVIDAD


Sor Carmen Herrero

domingo, 11 de mayo de 2014

DÍA MUNDIAL DE ORACIÓN POR LAS VOCACIONES



IV. Domingo de Pascua. Domingo del Buen Pastor 11/05/2014

En este cuarto domingo de Pascua, domingo del Buen Pastor, celebramos la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones. Es un día para tomar conciencia de la riqueza que supone para la Iglesia y la sociedad, los distintos carismas que, en todo tiempo, Dios suscita. Por ello lo primero que tenemos que hacer es agradecer a Dios, por tantos hombres y mujeres como consagran su vida a Dios, al servicio humano y al crecimiento en la fe de los hermanos. Orar por las vocaciones implica orar por la perseverancia de las personas que ya han hecho una elección de vida para que perseveren y, a su vez, sean testigo y atracción para que otros jóvenes respondan a la llamada. Pues los jóvenes necesitan modelos, y si los consagrados/as no son hombres y mujeres convencidos, viviendo su vocación con generosidad y alegría, dedicados a Dios y a los hermanos, no habrá nuevas vocaciones. De aquí la necesidad de la oración de la comunidad cristiana para que los sacerdotes, religiosos y religiosas atraigan a los jóvenes a optar por el seguimiento de Cristo.

Otro punto importante, es la educación en la fe en el seno de las familias. Todos sabemos la crisis que la familia está viviendo debido a diversas causas: familias desestructuradas, desunidas, divorciadas, con lo que esto implica, sobre todo, para los hijos. Condiciones de trabajo que no favorecen una vida de familia sana y practicante en la fe; problemas económicos, y por último la disminución de la natalidad. Nuestro país, es uno de los países de Europa de más baja natalidad. Pero, en medio de este panorama, -que tiene sus consecuencias- creo que la causa más importante y, tal vez, la raíz de la falta de vocaciones es que la mayoría de los hombres y mujeres viven, de espaldas a Dios. A Dios lo hemos sacado de nuestra vida, de nuestras familias y de la sociedad. Entonces, ¿cómo pueden surgir vocaciones religiosas y sacerdotales? De aquí la toma de conciencia, en las familias cristianas, de educar a los hijos en la fe y de estar abiertas a recibir el don de la vocación para sus hijos. Porque la vocación es un don por parte de Dios, una gracia, no solamente para la persona elegida, sino para toda la familia, la Iglesia y la humanidad.

Los catequistas también tienen la misión de hablar a los niños de las diferentes vocaciones que hay dentro de la iglesia y, sobre todo, de infundirles en ese trato amoroso con Jesús, a través de la oración; porque las vocaciones nacen de ese “enamoramiento” de Jesús. Cuando dejamos que Cristo entre y reine en nuestra vida, todo cambia. Ahora bien, si los catequistas no tienen esa vida de oración e intimidad con el Señor, mal podrán comunicarla, pues como dice el refrán: “nadie puede dar lo que no tiene”. Por esto es muy importante que los catequistas sean hombres y mujeres de fe y de vida interior. Porque no basta transmitir a los niños la doctrina, que es muy necesario, pero, ante todo, han de transmitirles la vivencia; porque es esta vivencia la que más marcará interiormente a los niños.

Los textos de la liturgia de hoy son muy sugerentes para este día de oración por las vocaciones. Ese salmo tan bonito: “El Señor es mi Pastor” (Sal 22), que todos deberíamos saberlo de memoria y orarlo con frecuencia, unido al evangelio de Juan con esa parábola tan entrañable y sugerente del buen pastor. Cristo es el Buen Pastor y nuestra Puerta para entrar en el redil, en su intimidad; en ese cielo que nos espera y que de alguna manera ya lo vivimos aquí en la tierra, cuando vivimos la fe y la intimidad con el Señor.
Los cristianos necesitamos vivir una experiencia viva con Jesús. No basta con ser cristianos “domingueros”, con cumplir con el mandato dominical, con unos ritos y unas normas. No, ser cristiano es ser discípulos de Cristo, él tiene que ser el centro de nuestra vida. Y desde él y con El darle un sentido nuevo a nuestro ser y hacer. Hemos de dar el salto entre una fe rutinaria, cerebral y cultural, a una fe viva y vivencial. Vivir en intimidad con Jesús, dentro de nosotros mismos, es la gracia más grande que podemos vivir ya aquí en la tierra. Seamos, pues, hombres y mujeres de oración, porque es la oración la que nos hace tener esa intimidad amorosa con Jesús y ser sus testigos

JESÚS ES LA PUERTA. Puerta abierta que se expresa de una manera extraordinaria en la cruz. Su costado abierto por una lanza para acoger a toda la humanidad y presentársela al Padre. En la cruz Cristo nos expresó el amor más intenso, sublime y extremo que nadie puede darnos. Todos sabemos lo que significa una puerta cerrada o abierta. Jesús es la Puerta siempre abierta, para acogernos e invitarnos a vivir en su intimidad. Descubrir desde la fe y el amor que Jesús es la Puerta que nos conduce a la casa materna y paterna, al seno de la Trinidad, de dónde venimos a dónde vamos. Jesús es la puerta de la nueva Jerusalén, del Cielo que nos espera. La puerta de la misericordia, de la bondad y del perdón. Confiemos en El y pasemos sin miedo por esta puerta maravillosa y adentrémonos en los secretos del corazón de Cristo. Porque Cristo, no solamente es la puerta, sino también el banquete: Él se nos da por entero en la eucaristía.

Sabemos que aunque la puerta esté abierta se necesita un mínimo de esfuerzo personal para pasar el umbral. Ahí está el problema. Porque son muchas las personas que no quieren pasar por esa puerta que es la que nos da acceso “al redil”, a ser y vivir como verdaderos hijos de Dios. “Porque nadie puede ir al Padre si no es por Jesucristo” (Jn 14, 6). Entrar en el “redil” de Cristo, en su Iglesia, significa tomarse en serio el evangelio y llevarlo a la vida. Y como decíamos antes, no basta con ir a misa los domingos; porque ser cristiano conlleva un compromiso radical, cada uno según su propia vocación. Antes hemos hablado de las vocaciones sacerdotales y religiosas; pero no olviden que los laicos tienen un puesto muy importante en la comunidad cristiana, y también son “vocacionados” a vivir el evangelio y llevarlo allí donde los sacerdotes y religiosos/as no podemos llegar: empezando por la familia, en el mundo laboral, cultural, político y todas las realidades temporales que han de ser evangelizas, cristianizadas especialmente por los laicos. Sacerdotes, religiosos y laicos hemos de trabajar juntos y unidos por la construcción de un “Redil”, de una Iglesia donde la puerta es Cristo, donde no permitamos que reinen los lobos feroces que devoren el rebaño; sino que cada uno pueda encontrarse a gusto, formando parte de la comunidad fraterna y eclesial: la comunidad parroquial, y a la comunidad de la Iglesia universal.

Quiera el Espíritu Santo ayudarnos a todos a profundizar cada vez más en el conocimiento del Buen Pastor y seguirle, cada uno desde nuestra propia vocación, con fidelidad y entusiasmo.


Hna Carmen Herrero Martínez

viernes, 4 de abril de 2014

CURACIÓN DEL CIEGO DE NACIMIENTO

 Domingo cuarto de Cuaresma (Jn 9, 1-41) (A)


El relato del Evangelio de Juan habla de la curación del ciego de nacimiento. En aquel entonces se creía que las enfermedades eran un castigo de Dios, consecuencia del pecado. Por esto los discípulos le pregunta a Jesús: “Maestro, ¿quién peco, él o sus padres, para que naciese ciego? Jesús les contesto: “Ni él ni sus padres tienen culpa alguna”. La ceguera física no es causa del pecado, ni de ninguna otra enfermedad. Y esto hemos de tenerlo presente porque, todavía hoy, se oye decir: ¿“pero qué he hecho para que el Señor me castigue con esta enfermedad”? No, el Señor no nos envía las enfermedades para castigarnos, la enfermedad, sea de la clase que sea, tiene otro origen. El amor del Padre a sus hijos es tan grande que los castigos son incompatibles con él, Dios es Amor y el amor no puede castigar. Si no pensamos así, quiere decir que no hemos comprendido la filiación divina, el amor del Padre para sus hijos.


Sin embargo, se da una ceguera del alma -que esa sí que es fruto de nuestros pecados-, y de esta ceguera es de la que Jesús quiere librarnos, curarnos. Jesús es la Luz del mundo, Él es el resplandor del Padre (Hb 1,3). Y él ha venido para alumbrar nuestras tinieblas que nos impiden vivir en la verdad, en la luz del evangelio, en la luz de Dios. La curación del ciego de nacimiento es un hecho, a través del cual Jesús nos manifiesta que él ha venido a librarnos de la ceguera del pecado. A traernos la luz que ilumina nuestra conciencia y nos salva.

Vemos la actitud de los fariseos frente al milagro que Jesús ha realizado de darle la vista al ciego de nacimiento, una actitud cerrada a la verdad, porque ellos se creen poseedores de la verdad absoluta. Por eso Jesús les dirá: “si estuviereis ciegos, no tendrías pecado, pero como decís que veis, vuestro pecado persiste”. La postura de los fariseos puede ser también la nuestra: vamos a misa los domingos, practicamos ciertas oraciones y algunas obras de caridad, y por ello creemos que vivimos en la verdad y en la luz. Todo esto, que es bueno, no basta; lo importante es estar abiertos a la Palabra, al mensaje del evangelio que nos va iluminando, interpelando y llevando a la conversión, porque la conversión no es otra cosa que dejar las tinieblas del pecado para convertirnos a la luz del evangelio y revestirnos del hombre nuevo a imagen de Cristo.

El ciego de nacimiento recobró la vista física; pero, ante todo, recobro la luz de la fe, esta fe que le lleva a confesar que Jesús es un profeta, el Hijo del hombre, ante quien se prosterna. Esta tiene que ser nuestra fe: confesar que Jesús es el hijo de Dios, el único que nos salva y que nos transmite la luz que viene del Padre. Estas verdades que las recitamos en el Credo, las tenemos que hacer vida, y no conformarnos únicamente con saberlas de memoria y recitarlas en la eucaristía los domingos. De poco nos sirve recitarlas, si luego no las llevamos a la vida diaria, a nuestra relación con Dios y con los demás.

Este evangelio nos invita a vivir en la luz, en la verdad. Creo que todos hemos vivido momentos de oscuridad y de tinieblas en nuestra vida, y por ello sabemos lo triste que es la noche y lo penosas que son las tinieblas. Estas dos semanas que nos quedan de Cuaresma, tiempo de gracia y conversión, salgamos de las tinieblas del pecado para caminar en la luz que nos lleva a la Pascua de Cristo y a nuestra propia pascua.

También quiero destacar la actitud de docilidad del ciego: él se deja hacer por Jesús. El ciego nada le había pedido, él estaba al borde del camino pidiendo limosna, y Jesús toma la iniciativa de curarle; “le untó los ojos con el barro que hizo”, pero el ciego se deja hacer sin poner ninguna resistencia, y se abre plenamente a la acción de Dios en su vida, a la gracia. “Ve a lavarte a la piscina de Siloé”. Es una orden de Jesús a la que el ciego obedece con prontitud: “fue, se lavó, y volvió con vista”. ¡La gracia de la obediencia! Virtud tan poco valorada en nuestros días y, sin embargo, tan evangélica y necesaria en el camino de la fe. El primer hombre fue creado resplandeciente, y se encontró ciego cuando hizo caso a la serpiente: la desobediencia lo llevo a la ceguera. El ciego de nacimiento se puso en condiciones de renacer, de ver cuando obedeció.

Esta actitud del ciego debe ayudarnos a fiarnos de Dios y confiar en Él. Porque Dios tiene su proyecto para cada uno de sus hijos; pero nosotros, con frecuencia, nos oponemos a su acción como se opusieron los fariseos, y en este caso, Jesús no puede abrirnos los ojos para que veamos y contemplemos la Luz que es Él mismo. Jesús miró al ciego desde el amor, porque Él es amor. Jesús solamente piensa en rescatar al ciego de aquella vida de mendigo miserable, despreciado por todos como un pecador. Hoy también, nos sigue mirando a ti y a mí con amor y quiere conducirnos a la Luz, a la plenitud de su visión. Jesús quiere sacarnos del poder del pecado y de la esclavitud, para llevarnos a la libertad de Hijos, a la visión del Padre.

En este milagro del ciego hay un paralelismo con la creación. Dice San Fulgencio: “Dios que creó el globo terrestre, ahora abrió los globos de los ojos del ciego… El alfarero que nos hizo (cf. Gn 2, 6; Is 64, 7) vio estos ojos vacíos; los tocó mezclando su saliva con tierra y aplicando este lodo, formó los ojos del ciego… El hombre está formado por arcilla, la pomada de lodo…; la materia que primero había servido para formar los ojos luego los curó”[1].

La palabra de Dios la tenemos que actualizar, no podemos recordar lo que Jesús hizo en su tiempo histórico, y ver los acontecimientos como algo que a mí no me concierne, como hechos del pasado. No, Jesús continúa su misión aquí y ahora queriendo curarnos de todas las enfermedades que nos llevan a la ceguera del alma, del espíritu, empañando nuestra conciencia para impedirnos vivir en la luz. Hemos de actualizar la Palabra y recibirla como dicen los Padres: “como una carta que Dios te dirige a ti en este día”.

Señor, que esta Cuaresma sea para todos los cristianos, un tiempo de gracia que nos ayude a vivir en la luz y la verdad; y que con nuestras obras confesemos que Cristo es la Luz del mundo que cura toda ceguera humana y espiritual.
Sor Carmen Herrero Martínez





[1] Una homilía escrita en África del Norte siglo V-VI atribuida a San Fulgencio (467-532) PL 65, 880