domingo, 30 de noviembre de 2014
domingo, 11 de mayo de 2014
DÍA MUNDIAL DE ORACIÓN POR LAS VOCACIONES
IV. Domingo de Pascua. Domingo del Buen Pastor 11/05/2014
En este
cuarto domingo de Pascua, domingo del Buen Pastor, celebramos la Jornada
Mundial de Oración por las Vocaciones. Es un día para tomar conciencia de la
riqueza que supone para la Iglesia y la sociedad, los distintos carismas que,
en todo tiempo, Dios suscita. Por ello lo primero que tenemos que hacer es
agradecer a Dios, por tantos hombres y mujeres como consagran su vida a Dios, al
servicio humano y al crecimiento en la fe de los hermanos. Orar por las
vocaciones implica orar por la perseverancia de las personas que ya han hecho
una elección de vida para que perseveren y, a su vez, sean testigo y atracción
para que otros jóvenes respondan a la llamada. Pues los jóvenes necesitan
modelos, y si los consagrados/as no son hombres y mujeres convencidos, viviendo
su vocación con generosidad y alegría, dedicados a Dios y a los hermanos, no
habrá nuevas vocaciones. De aquí la necesidad de la oración de la comunidad cristiana
para que los sacerdotes, religiosos y religiosas atraigan a los jóvenes a optar
por el seguimiento de Cristo.
Otro
punto importante, es la educación en la fe en el seno de las familias. Todos
sabemos la crisis que la familia está viviendo debido a diversas causas:
familias desestructuradas, desunidas, divorciadas, con lo que esto implica,
sobre todo, para los hijos. Condiciones de trabajo que no favorecen una vida de
familia sana y practicante en la fe; problemas económicos, y por último la
disminución de la natalidad. Nuestro país, es uno de los países de Europa de
más baja natalidad. Pero, en medio de este panorama, -que tiene sus consecuencias-
creo que la causa más importante y, tal vez, la raíz de la falta de vocaciones
es que la mayoría de los hombres y mujeres viven, de espaldas a Dios. A Dios lo
hemos sacado de nuestra vida, de nuestras familias y de la sociedad. Entonces,
¿cómo pueden surgir vocaciones religiosas y sacerdotales? De aquí la toma de
conciencia, en las familias cristianas, de educar a los hijos en la fe y de
estar abiertas a recibir el don de la vocación para sus hijos. Porque la
vocación es un don por parte de Dios, una gracia, no solamente para la persona
elegida, sino para toda la familia, la Iglesia y la humanidad.
Los
catequistas también tienen la misión de hablar a los niños de las diferentes
vocaciones que hay dentro de la iglesia y, sobre todo, de infundirles en ese
trato amoroso con Jesús, a través de la oración; porque las vocaciones nacen de
ese “enamoramiento” de Jesús. Cuando
dejamos que Cristo entre y reine en nuestra vida, todo cambia. Ahora bien, si
los catequistas no tienen esa vida de oración e intimidad con el Señor, mal
podrán comunicarla, pues como dice el refrán: “nadie puede dar lo que no
tiene”. Por esto es muy importante que los catequistas sean hombres y mujeres
de fe y de vida interior. Porque no basta transmitir a los niños la doctrina, que
es muy necesario, pero, ante todo, han de transmitirles la vivencia; porque es
esta vivencia la que más marcará interiormente a los niños.
Los
textos de la liturgia de hoy son muy sugerentes para este día de oración por
las vocaciones. Ese salmo tan bonito: “El
Señor es mi Pastor” (Sal 22), que todos deberíamos saberlo de memoria y
orarlo con frecuencia, unido al evangelio de Juan con esa parábola tan
entrañable y sugerente del buen pastor. Cristo es el Buen Pastor y nuestra
Puerta para entrar en el redil, en su intimidad; en ese cielo que nos espera y
que de alguna manera ya lo vivimos aquí en la tierra, cuando vivimos la fe y la
intimidad con el Señor.
Los
cristianos necesitamos vivir una experiencia viva con Jesús. No basta con ser
cristianos “domingueros”, con cumplir con el mandato dominical, con unos ritos
y unas normas. No, ser cristiano es ser discípulos de Cristo, él tiene que ser
el centro de nuestra vida. Y desde él y con El darle un sentido nuevo a nuestro
ser y hacer. Hemos de dar el salto
entre una fe rutinaria, cerebral y cultural, a una fe viva y vivencial. Vivir
en intimidad con Jesús, dentro de nosotros mismos, es la gracia más grande que
podemos vivir ya aquí en la tierra. Seamos, pues, hombres y mujeres de oración,
porque es la oración la que nos hace tener esa intimidad amorosa con Jesús y
ser sus testigos
JESÚS ES LA PUERTA. Puerta abierta
que se expresa de una manera extraordinaria en la cruz. Su costado abierto por
una lanza para acoger a toda la humanidad y presentársela al Padre. En la cruz
Cristo nos expresó el amor más intenso, sublime y extremo que nadie puede
darnos. Todos sabemos lo que significa una puerta cerrada o abierta. Jesús es
la Puerta siempre abierta, para acogernos e invitarnos a vivir en su intimidad.
Descubrir desde la fe y el amor que Jesús es la Puerta que nos conduce a la
casa materna y paterna, al seno de la Trinidad, de dónde venimos a dónde vamos.
Jesús es la puerta de la nueva Jerusalén, del Cielo que nos espera. La puerta de
la misericordia, de la bondad y del perdón. Confiemos en El y pasemos sin miedo
por esta puerta maravillosa y adentrémonos en los secretos del corazón de
Cristo. Porque Cristo, no solamente es la puerta, sino también el banquete: Él se
nos da por entero en la eucaristía.
Sabemos que aunque la puerta esté
abierta se necesita un mínimo de esfuerzo personal para pasar el umbral. Ahí
está el problema. Porque son muchas las personas que no quieren pasar por esa
puerta que es la que nos da acceso “al redil”, a ser y vivir como verdaderos
hijos de Dios. “Porque nadie puede ir al
Padre si no es por Jesucristo” (Jn 14, 6). Entrar en el “redil” de Cristo,
en su Iglesia, significa tomarse en serio el evangelio y llevarlo a la vida. Y
como decíamos antes, no basta con ir a misa los domingos; porque ser cristiano
conlleva un compromiso radical, cada uno según su propia vocación. Antes hemos
hablado de las vocaciones sacerdotales y religiosas; pero no olviden que los
laicos tienen un puesto muy importante en la comunidad cristiana, y también son
“vocacionados” a vivir el evangelio y llevarlo allí donde los sacerdotes y
religiosos/as no podemos llegar: empezando por la familia, en el mundo laboral,
cultural, político y todas las realidades temporales que han de ser
evangelizas, cristianizadas especialmente por los laicos. Sacerdotes,
religiosos y laicos hemos de trabajar juntos y unidos por la construcción de un
“Redil”, de una Iglesia donde la puerta es Cristo, donde no permitamos que
reinen los lobos feroces que devoren el rebaño; sino que cada uno pueda
encontrarse a gusto, formando parte de la comunidad fraterna y eclesial: la
comunidad parroquial, y a la comunidad de la Iglesia universal.
Quiera el Espíritu Santo ayudarnos a
todos a profundizar cada vez más en el conocimiento del Buen Pastor y seguirle,
cada uno desde nuestra propia vocación, con fidelidad y
entusiasmo.
Hna Carmen Herrero Martínez
viernes, 4 de abril de 2014
CURACIÓN DEL CIEGO DE NACIMIENTO
Domingo cuarto de Cuaresma (Jn 9, 1-41) (A)
El relato del Evangelio de Juan habla de la curación del ciego de nacimiento. En aquel entonces se creía que las enfermedades eran un castigo de Dios, consecuencia del pecado. Por esto los discípulos le pregunta a Jesús: “Maestro, ¿quién peco, él o sus padres, para que naciese ciego? Jesús les contesto: “Ni él ni sus padres tienen culpa alguna”. La ceguera física no es causa del pecado, ni de ninguna otra enfermedad. Y esto hemos de tenerlo presente porque, todavía hoy, se oye decir: ¿“pero qué he hecho para que el Señor me castigue con esta enfermedad”? No, el Señor no nos envía las enfermedades para castigarnos, la enfermedad, sea de la clase que sea, tiene otro origen. El amor del Padre a sus hijos es tan grande que los castigos son incompatibles con él, Dios es Amor y el amor no puede castigar. Si no pensamos así, quiere decir que no hemos comprendido la filiación divina, el amor del Padre para sus hijos.
Sin embargo, se da una ceguera del alma -que esa sí que es fruto de nuestros pecados-, y de esta ceguera es de la que Jesús quiere librarnos, curarnos. Jesús es la Luz del mundo, Él es el resplandor del Padre (Hb 1,3). Y él ha venido para alumbrar nuestras tinieblas que nos impiden vivir en la verdad, en la luz del evangelio, en la luz de Dios. La curación del ciego de nacimiento es un hecho, a través del cual Jesús nos manifiesta que él ha venido a librarnos de la ceguera del pecado. A traernos la luz que ilumina nuestra conciencia y nos salva.
Vemos la actitud de los fariseos frente al milagro que Jesús ha realizado de darle la vista al ciego de nacimiento, una actitud cerrada a la verdad, porque ellos se creen poseedores de la verdad absoluta. Por eso Jesús les dirá: “si estuviereis ciegos, no tendrías pecado, pero como decís que veis, vuestro pecado persiste”. La postura de los fariseos puede ser también la nuestra: vamos a misa los domingos, practicamos ciertas oraciones y algunas obras de caridad, y por ello creemos que vivimos en la verdad y en la luz. Todo esto, que es bueno, no basta; lo importante es estar abiertos a la Palabra, al mensaje del evangelio que nos va iluminando, interpelando y llevando a la conversión, porque la conversión no es otra cosa que dejar las tinieblas del pecado para convertirnos a la luz del evangelio y revestirnos del hombre nuevo a imagen de Cristo.
El ciego de nacimiento recobró la vista física; pero, ante todo, recobro la luz de la fe, esta fe que le lleva a confesar que Jesús es un profeta, el Hijo del hombre, ante quien se prosterna. Esta tiene que ser nuestra fe: confesar que Jesús es el hijo de Dios, el único que nos salva y que nos transmite la luz que viene del Padre. Estas verdades que las recitamos en el Credo, las tenemos que hacer vida, y no conformarnos únicamente con saberlas de memoria y recitarlas en la eucaristía los domingos. De poco nos sirve recitarlas, si luego no las llevamos a la vida diaria, a nuestra relación con Dios y con los demás.
Este evangelio nos invita a vivir en la luz, en la verdad. Creo que todos hemos vivido momentos de oscuridad y de tinieblas en nuestra vida, y por ello sabemos lo triste que es la noche y lo penosas que son las tinieblas. Estas dos semanas que nos quedan de Cuaresma, tiempo de gracia y conversión, salgamos de las tinieblas del pecado para caminar en la luz que nos lleva a la Pascua de Cristo y a nuestra propia pascua.
También quiero destacar la actitud de docilidad del ciego: él se deja hacer por Jesús. El ciego nada le había pedido, él estaba al borde del camino pidiendo limosna, y Jesús toma la iniciativa de curarle; “le untó los ojos con el barro que hizo”, pero el ciego se deja hacer sin poner ninguna resistencia, y se abre plenamente a la acción de Dios en su vida, a la gracia. “Ve a lavarte a la piscina de Siloé”. Es una orden de Jesús a la que el ciego obedece con prontitud: “fue, se lavó, y volvió con vista”. ¡La gracia de la obediencia! Virtud tan poco valorada en nuestros días y, sin embargo, tan evangélica y necesaria en el camino de la fe. El primer hombre fue creado resplandeciente, y se encontró ciego cuando hizo caso a la serpiente: la desobediencia lo llevo a la ceguera. El ciego de nacimiento se puso en condiciones de renacer, de ver cuando obedeció.
Esta actitud del ciego debe ayudarnos a fiarnos de Dios y confiar en Él. Porque Dios tiene su proyecto para cada uno de sus hijos; pero nosotros, con frecuencia, nos oponemos a su acción como se opusieron los fariseos, y en este caso, Jesús no puede abrirnos los ojos para que veamos y contemplemos la Luz que es Él mismo. Jesús miró al ciego desde el amor, porque Él es amor. Jesús solamente piensa en rescatar al ciego de aquella vida de mendigo miserable, despreciado por todos como un pecador. Hoy también, nos sigue mirando a ti y a mí con amor y quiere conducirnos a la Luz, a la plenitud de su visión. Jesús quiere sacarnos del poder del pecado y de la esclavitud, para llevarnos a la libertad de Hijos, a la visión del Padre.
En este milagro del ciego hay un paralelismo con la creación. Dice San Fulgencio: “Dios que creó el globo terrestre, ahora abrió los globos de los ojos del ciego… El alfarero que nos hizo (cf. Gn 2, 6; Is 64, 7) vio estos ojos vacíos; los tocó mezclando su saliva con tierra y aplicando este lodo, formó los ojos del ciego… El hombre está formado por arcilla, la pomada de lodo…; la materia que primero había servido para formar los ojos luego los curó”[1].
La palabra de Dios la tenemos que actualizar, no podemos recordar lo que Jesús hizo en su tiempo histórico, y ver los acontecimientos como algo que a mí no me concierne, como hechos del pasado. No, Jesús continúa su misión aquí y ahora queriendo curarnos de todas las enfermedades que nos llevan a la ceguera del alma, del espíritu, empañando nuestra conciencia para impedirnos vivir en la luz. Hemos de actualizar la Palabra y recibirla como dicen los Padres: “como una carta que Dios te dirige a ti en este día”.
Señor, que esta Cuaresma sea para todos los cristianos, un tiempo de gracia que nos ayude a vivir en la luz y la verdad; y que con nuestras obras confesemos que Cristo es la Luz del mundo que cura toda ceguera humana y espiritual.
Sor Carmen Herrero Martínez
[1] Una homilía escrita en África del Norte siglo V-VI atribuida a San Fulgencio (467-532) PL 65, 880
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