CUARESMA: RENACER A LA VIDA
Cuaresma 2024. Este año la Cuaresma casi nos ha
cogido de sorpresa, pues rápidamente hemos pasado de la Navidad a la Cuaresma,
sin tiempo para disponernos a este cambio litúrgico que requiere una disposición
interior distinta. El mensaje del papa Francisco para esta Cuaresma lo titula: “A
través del desierto Dios nos guía a la libertad”. Conseguir la libertad es
una de las metas de Cuaresma. La Iglesia
nos propone 40 días de desierto y nos acompaña con la liturgia, la Palabra, la
oración y el ayuno hacia la verdadera libertad.
Jesús se retira al desierto a orar, y los
cristianos estamos llamados a seguirle. Jesús sabe que el acontecimiento central de su vida se
avecina y quiere disponerse para vivirlo desde el interior, en unión con su
Padre. Jesús se prepara, para asumir su misión, desde la intimidad filial de
Hijo totalmente abandonado en las manos de su Padre. En los evangelios vemos
como Jesús, en su vida pública, se retira a orar a solas en los momentos de
tomar decisiones importantes. Él nos enseña la importancia y la necesidad de
orar a solas en unión con su Padre. La oración es muy buena consejera para
discernir y tomar las decisiones a la luz del Espíritu. Además, la oración
fortalece la voluntad para llevar adelante la misión que se nos ha confiado. La
oración para el cristiano es luz y guía. Jesús no ora para hacer el vacío en sí
mismo ni para encontrarse relajado y bien, como muchas de las corrientes de
meditación de nuestro tiempo, sino para vivir la unión amorosa y abandono
filial con su Padre.
La
Cuaresma es, ante todo, una experiencia interior, mística. La Cuaresma va
orientada a la transformación del corazón, a ese renacer de nuevo, a pasar de
la muerte a la vida. Dice el papa Benedicto: “Con la imposición de la ceniza renovamos
nuestro compromiso de seguir a Jesús, de dejarnos transformar por su misterio
pascual, para vencer el mal y hacer el bien, para hacer que muera nuestro
"hombre viejo" vinculado al pecado y hacer que nazca el "hombre
nuevo" (Ef 4,22s) transformado por la gracia de Dios”.[1] Este es el verdadero
sentido de la Cuaresma: dejarnos engendrar de nuevo por la acción divina del
Padre que nos ama y quiere que renazcamos a la vida nueva
por los méritos de su Hijo, muerto y resucitado por la salvación del mundo.
La Cuaresma es camino que nos conduce a la
Pascua, el acontecimiento central de los cristianos. Todos estamos llamados a
prepararnos para celebrarla en toda su plenitud. Pascua, paso, cambio de vida,
conversión del corazón. Si así vivimos la Cuaresma en toda su profundidad,
también viviremos con gozo el misterio Pascal.
La
Cuaresma muy lejos de ser un tiempo de tristeza, todo lo contrario, es tiempo
de gracia orientada hacia el futuro, es decir, hacia la Pascua, que es la
alegría sin fin. Desde esta perspectiva
pascual “podemos caminar, de pascua en pascua, hacia el cumplimiento de aquella
salvación que ya hemos recibido gracias al misterio pascual de Cristo: «Pues hemos sido salvados en esperanza»
(Rm 8, 24)”[2]. “Más que tristeza, que en
Cuaresma se vea la alegría en los rostros, que se sienta la fragancia de la
libertad, que se libere ese amor que hace nuevas todas las cosas, empezando por
las más pequeñas y cercanas”.[3]
Hemos de
decir que la Cuaresma no es un tiempo “folclórico religioso y turísticos”, la
Cuaresma es algo más que las cofradías, procesiones y tambores etc.… Todo eso
puede ser un medio para vivir y transmitir el verdadero mensaje de Cuaresma, de
Semana Santa. Pero la Cuaresma es algo más profundo, más bíblico, místico y
comprometido que todas esas manifestaciones exteriores, y que todo el arte que
pueda procesionarse por las calles. El arte es didáctico, catequético,
evangelizador, él puede ayudar a dar el salto de la representación a la
vivencia del misterio que representa. De hecho, actualmente se está trabajando
la espiritualidad de las cofradías para darles un alma, para unir la
manifestación externa del misterio que celebramos con la vivencia interna de la
fe.
Me atrevo a decir que estamos llamados a actualiza la
vivencia cuaresmal en nuestras comunidades parroquiales, de manera creativa,
dejando muchos ritos y prácticas piadosa que no tiene sentido para las nuevas
generaciones, y centrándonos en lo esencial del misterio: en la Palabra
encarnada que es Jesucristo. En él debemos poner nuestra mirada y nuestro
corazón para seguirle y, con su ayuda, encarnar su compromiso de vida.
Compromiso que le llevó a la cruz, a morir como un malhechor, y todo ello por
puro amor y entrega incondicional para salvar al género humano.
Hna. Carmen Herrero